¿Quieres alegrarte el día?. Pues consume diseño; del bueno, claro. ¿Te sorprende este consejo? Es que el diseño ha sido siempre, y por naturaleza, una actividad optimista. Que se basa en el deseo de hacer que las cosas funcionen mejor y tengan buen aspecto. Que quiere animar a la acción positiva o despertar un sentido colectivo de responsabilidad. Y, especialmente en estos tiempos revueltos, el diseño puede animarnos. A veces es su único cometido. Puede sonar frívolo; a nosotros no nos lo parece. En un mundo progresivamente visual, la forma y el estilo pueden convertirse en el mensaje.
Un flyer magníficamente diseñado, un branding sorprendente, un libro de edición cuidada…, son piezas con las que creamos un vínculo emocional, más allá de que cumplan eficazmente su función comunicativa —lo que por supuesto es de importancia crucial—; si cualquiera de ellos pone una sonrisa en tu cara, es que ya ha cumplido su misión.
El buen diseño nos hace felices
Los objetos que es un placer usar y con los que uno interactúa con deleite, no sólo nos animan a utilizarlos más, sino que nos proporcionan una experiencia positiva. Podéis verlo así: si el mal diseño nos puede hacer infelices —pensad en esos packagings de supermercado excesivos, todo plástico que tienes que tirar; o en las maltrechas copias del todo a cien; o en esa página web donde nunca consigues comprar decentemente un billete de tren—, entonces tiene mucho sentido pensar que el buen diseño puede hacer lo contrario, ¿no crees?